jueves, 18 de octubre de 2012

Desgracia, crónica de un corazón enfermo


“Él habla italiano, habla francés, pero el italiano y el francés no le salvarán allí donde se encuentra, en lo más tenebroso de África. Está desesperado como una solterona, como un personaje de dibujos animados, como un misionero con su sotana y su salacot a la espera, las manos entrelazadas y los ojos clavados en el cielo, mientras los salvajes parlotean en su lenguaje incomprensible y se preparan para meterlo de cabeza en un caldero de agua hirviendo. La obra de las misiones: ¿qué ha dejado en herencia tan inmensa empresa destinada a elevar las almas? Nada, o nada que él alcance a ver.” 



Este fragmento de Desgracia (1999), de J. M. Coetzee, da cuenta de una de las escenas más violentas de toda la novela, el momento en que los violadores de Lucy deciden quemar vivo a David Lurie, profesor de poesía, retirado -ahora más que nunca- de toda propuesta de comunicación con los hombres. No solo su formación, su erudición, su cultura no servirán de nada sino que desde el principio queda claro que sus mismos esfuerzos por comunicar una idea del arte, de la belleza y de la poesía se chocan contra la brutalidad y la mojigatería. En medio del mundo moderno -tan chato, tan oportunista, tan presto para la sanción- David está absolutamente solo. 



Son frecuentes las imágenes que ofrece Coetzee sobre esta condición del hombre rodeado por un entorno tenebroso, amenazado por la barbarie, por la ignorancia, por la violencia, por la intolerancia. ¿Existe acaso la posibilidad de escapar? ¿Tiene Lurie la posibilidad de refugiarse en sus clases, en su oficina, en sus amoríos fracasados, en la vida conyugal, en el idilio campesino, en su rol de padre y protector? Lurie muestra un deliberado desprecio hacia todos estos lugares comunes, hacia todas estas salidas fáciles.



El profesor Lurie ha abandonado para la siempre no solo la confianza en la moral pedagógica y en la idea de aleccionar o adoctrinar a los otros, la idea de cambiar el mundo o de modificar las costumbres como lo soñaron los misioneros. Preferible, tal como van las cosas, dedicarse a acompañar los animales condenados a muerte, dedicarse a labrar la tierra seca o escribir una ópera que nunca será interpretada, que pretender cambiar a los hombres.  



Unos versos de Byron (Lara, canto XVIII) dan una pista clara sobre el signo que cobija este relato:

Y fue un forastero en este mundo palpitante,
un espíritu errante, arrojado de algún otro;
fue un bulto de oscuras imaginaciones, que porque quiso
dieron forma a los peligros que él evito por azar.

Se podría pensar que en la novela el título apunta a la historia de un hombre desacreditado profesionalmente, despojado de su rol de maestro; o de un amante agobiado y sediento que apenas encuentra reposo; también en una historia en donde los golpes más duros derivan de la impotencia. Los versos nos muestran otra posibilidad de acercarnos a David Lurie, el sirviente de Eros. ¿No es David Lurie el espíritu errante del que habla el poema? Entonces, “desgracia”, en el sentido religioso se dice de aquel que ha sido despojado de la “gracia”. 



No se trata solo de una contienda social y política, de recientes rencillas que han dejado marcada a una sociedad (la de unos blancos que por generaciones excluyeron a una comunidad y la redujeron a la condición de seres marginales), sino de hacerse un extraño, un hombre errante, desapegado de todo, incluso del perro -su único amigo- que al final entrega al fuego. No hay retorno posible en este historia: ensueño docente, amoríos pasajeros y aventuras sensuales, vida conyugal, idilio pastoral, creación artística, reconciliación social, perdón y olvido: todo apunta al fracaso, al desencanto. Lucy, sacada de su elección sexual, devuelta a la fuerza al rol de mujer y de madre- lleva ahora en sus entrañas -y decide darle vida- a un hijo fruto de la violación y de la furia: he aquí un signo más de la adversidad, de la desgracia. 



lunes, 15 de octubre de 2012

El inicio de la aventura



Reflexiones Cervantinas

Dado que iniciamos a partir de este momento nuestra lectura de la obra más importante de nuestro seminario, El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, les envío el siguiente cuadro de episodios y que seguiremos lo más fielmente posible, como quien va de fonda en fonda, de azar en azar.



Kundera en su famosa reflexión sobre la novela contemporánea en el arte de la ovela declara que para el novelista no existe más compromiso que con aquella desprestigiada herencia de Cervantes. Se trata de un compromiso con el juego, con la risa, con la parodia, con la posibilidad de salir de casa y buscar en el mundo otra suerre de horizonte.



Con este signo iniciamos nuestro viaje y tratamos de resolver algunas de nuestras preguntas de base: ¿Cómo leer Don Quijote hoy? ¿Cómo ser fieles al espíritu de la aventura? ¿De qué materia está hecho el Quijote que perdura en el tiempo y en nuestra memoria? ¿Qué es lo quijotesco y de pronto se requiere de un pensamiento así a cada momento?




Emprendamos, pues, el viaje, al lado del caballero, hidalgo polvoriento. Le pediré a cada uno de ustedes trazar una forma de acercamiento: juego o acertijo, diseño gráfico o plataforma audiovisual, producción artística (literaria o dramatúrgica), propuesta de reflexión que involucre personajes y situaciones, pensando en quién está al otro lado de estas páginas: los niños y los jóvenes que también tienen derecho a partir a la aventura.






miércoles, 15 de febrero de 2012

Máscarón de proa con la efigie de Edgar Allan Poe


La narrativa de Arthur Gordom Pym, escrita por Poe hacia 1838, puede parecer un tanto extraña al lector acostumbrado a ver en Poe al poeta y al cuentista, no a un novelista. Sin embargo, una lectura de la narrativa nos revela que al igual que muchos de los episodios de esta novela se estructuran con la misma arquitectura oscilante de muchos de su relatos, un movimiento que se desplaza constantemente de la racionalidad y lucidez hacia el frenesí y la desesperación.



La narrativa, inspirada en las Rimas del Viejo Marinero (1799) de Samuel Coleridge, recoge los tópicos centrales de las aventuras fantásticas de un marinero errante y desastrado. Es inevitable ver en el nombre del personaje un juego sonoro que recuerda el nombre del propio Edgar Allan Poe, y ver en la historia de Gordom Pym el mismo espíritu soñador y ansioso. Como Arthur y Augustus, Poe anheló recorrer esos mares ignotos y poblados de leyendas, un mar que las leyendas del siglo XIX habían poblado con el fantasma de corsarios pervertidos y mares de leche, en donde paseaban errantes los barcos fantasmas.



Nutrida con distintas fuentes, con las leyendas de los piratas y de la no extraña amenaza de verse en medio del océano enfrentado a una revuelta marinera; rica en los detalles del lenguaje marinero, algo que no puede extrañarnos hoy cuando los lectores están familiarizados con el lenguaje de las naves espaciales -sonda, nave, estación interestelar, gravedad cero-, pero no tanto con las palabras sextante, timonel, bauprés, mástil, castillo de popa, babor y estribor, la historia de Gordom Pym mantiene la estructura de los relatos por entregas: de hecho cada episodio, cada capítulo se despliega como una aventura, al punto que la novela es una sucesión de acontecimiento organizados en un clímax ascendente.



Así como la literatura de ciencia ficción en nuestro siglo ha creado espacios límites, planetas desolados y tierras con rostros apocalípticos, la narrativa del XIX jugaba a escapar de las fronteras del mundo civilizado y de las ataduras burocráticas y comerciales, a través de los paraísos surrealistas de estos mares de locura y desesperanza.




Poe ha legado a nuestra forma de ver la literatura mucho más de lo que a simple vista parece: leemos hoy (o vamos a cine) siguiendo su legado: la idea de que detrás de cada página aguarda un misterio, de que cada elemento del texto encierra un secreto; la idea de que detrás de los mundos organizados yace el caos y la locura; la idea de que leer entraña buscar en el texto las pistas para resolver un enigma o armar un rompecabezas; la idea de que la inteligencia y la civilización, como la suerte de Fortunato, están siempre bajo la mirada amenazante de Montressor.