miércoles, 23 de mayo de 2018

El tren de los hombres solitarios

Una de las características centrales de los relatos de fin de siglo y de las narrativas actuales en el marco de las grandes urbes es la soledad. Se trata de las historias de hombres cada vez más solitarios, que emprenden viajes ilusorios con personajes amados que han desaparecido de sus vidas. 

En Soledad al final del coche cama, el relato de Óscar Collazos, la soledad es la del hombre que ha perdido a su esposa, y que ahora se desplaza en la noche por la vasta llanura del tren nocturno de Madrid a Barcelona. Es al mismo tiempo la soledad del hombre que vive simultáneamente su propia elucubración y las vicisitudes de la ficción literaria (Hernández lee novelas de Patricia Highsmith).

La otra forma de la soledad es la vejez. De estos hombres solitarios no podemos saber nada, salvo que han pasado por duras pruebas. Mas el detalle más valioso es el de la solidaridad, esa gota de generosidad que aflora entre hombres desconocidos, el sutil gesto de complicidad y silencio, necesario cuando el protagonista vuelve a la realidad. 

En El hombre, de Germán Espinosa, hay otra forma de soledad. Espinosa, así como en muchos de sus textos, pintó grandes cuadros históricos y en otros se dedicó a las ficciones policiacas inspiradas en la poesía provenzal, en este relato vuelve sobre otra de sus aficiones: la historia de Drácula. En uno de sus libros, Romanza para murciélagos, explora variantes románticas y de suspenso sobre amantes trágicos y sombras vampirescos.

El hombre, ¿quién es el hombre? ¿Quién es ese insólito habitante que se sigue alimentando de forma tan extraña pero que habita en un inquilinato, por barrios conocidos y populares? ¿Qué pasa en este mundo de acá en donde ya no hay castillos, ni fortalezas, ni la posibilidad de refugiarse en féretros escondidos en un subterráneo?

Las narrativas de fin de siglo exponen una ciudad que ha forzado sus límites, las historias se vuelven cosmopolitas, se fragmentan. La ventana que otean los personajes de Londoño, en Nevermore alone, dan hacia una ciudad que puede ser Bogotá, que puede ser Nueva York: ¡en ambos mundos impera el flexiplas!

10 comentarios:

  1. En los relatos de fin de siglo trabajados existe una constante pregunta por las formas en las que los espacios son habitados por el vacío y cómo dicho ejercicio termina por aparecer en actantes que navegan de alguna forma, al interior de la ciudad, la soledad intrínseca de la modernidad. La reconstrucción del ser arrancado de un edén representado en memorias de tiempos mas amables con los ahora urbanitas. La tragedia, parece ser, ronda el espacio urbano, gravita dentro de sus límites y castiga en cada noche a sus usuarios quienes encerrados en su ficción se saben fragmentados y añorantes, enfrentados a sí mismos y siempre en búsqueda de revertir los males que los aquejan, ya sea escapando de su realidad o entregándose al sueño eterno.

    Existen dejos de belleza, reconstrucciones de formas vitales cuyo relato lleva consigo una mirada profunda de la condición del hombre sobre la tierra y en esa medida los relatos de fin de siglo son los espejos sobre los que la modernidad refleja sus ejercicios de totalización y los efectos que éstos han tenido sobre las civilizaciones. Buenos relatos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es interesante tu comentario frente al Texto Carlos. Es de recordar que en este documento se refleja la ciudad desde otra perspectiva. Porque esos espacios vividos se convierten en esos No Lugares y nos llevan a resignificarlos.

      Eliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. El inmenso espacio de la casa se diluye en las nuevas formas de ciudad, es así como la casa grande expuesta en el cuento “El Hombre”, inundada de muebles viejos, de objetos suntuosos llenos de lujo y de memoria hoy se escabullen en los laberintos del recuerdo y el olvido; de tanto en tanto alguna voz de generaciones de antaño celebran la aventura del juego en espacios agigantados. Así la ciudad de hoy, restringe los espacios de memoria, juego; el cuarto de san alejo y el patio son ahora conceptos de otros tiempos que no sobrevivieron al “Desarrollo” de esta sociedad.

    Esta noción de progreso condena a sus habitantes a recorrer los caminos de la ciudad siempre de afán, con prisa, en un ciclo infernal de monotonía refrendando la empresa de Sísifo, acumulando tensiones y ansias, y cuando cae la noche de algunos viernes ó sábados, estos mismos transeúntes dan rienda suelta a su necesidad exagerada de cubrir la soledad con otros cuerpos que permitan distraer la tristeza de una vida desierta.

    Es el Espacio es un lujo y la memoria propia de ancianos y docentes quienes como Casandra anuncian al mundo los males con voces estériles de ser escuchadas. La sociedad esta ahora condenada y encantada de habitar un continuo presente.

    Andrés Guluma

    ResponderEliminar
  4. En las historias seleccionadas vemos una continua búsqueda del misterio, esa nostalgia que nos ataña a los pasos recorridos, tristezas y pasiones componen ese sin fin ritmo de la vida; la perdida de algo siempre hace mirar atrás retomando las huellas que nos han acompañado. En La soledad al final del coche cama, vamos por el sentir de esa perdida que trae el día tras día, ese querer recorrer el mundo de los sueños y los quizás, hace que el lector se ilustre en los agónicos gritos de esperanza del protagonista al recordar su amor que se difumina en las estaciones de tren. El enlace con esa nostalgia en El Hombre de German Espinosa nos cuestiona sobre los lugares que hemos abandonado por diferentes cuestiones y vemos a lo lejos como cambian y nos convierten en desconocidos, la revolución urbanística en general nos hace desconocidos, si bien nacemos en diferentes lugares, estos siguen remodelándose y acomodándose a elección de quien los ostenta, a veces las vinculaciones raizales se pierden en el cambio de imagen del pasado al futuro.

    La construcción de la narrativa en los autores, describe los lugares de tal manera que el lector puede involucrarse con los personajes y su forma de vivir, el como visualizar cada parte del espacio logra establecer las decisiones que mueven el trasegar de la historia y cuando estas partes se configuran de esta manera como espectador cae uno en las redes de esos lugares que se tratan de identificar en la ciudad.

    ResponderEliminar
  5. La vida en la ciudad esta enmarcada de sentimientos como la indiferencia, la soledad, la tristeza, entre otras; que se sienten en el ambiente, la contaminación, el caos, el ir y venir de las personas, en los rostros tristes y cansados a causa de las largas jornadas de trabajo y los largos trayectos. Cada ciudadano se encuentra en su mundo, con sus preocupaciones, limitaciones, frustraciones y en algunos casos alegrías. En la ciudad nadie se pone en los zapatos del otro, cada quien justifica sus actos y atropellos, no se tiene en cuenta a nadie, solo existe el YO.


    En los relatos de fin de siglo se reflejan las vivencias de estos tiempos, encontramos cómo los apegos emocionales hacen que se pierdan los sueños y propósitos de la vida. ¿pero acaso no nacimos solos? ¿qué inseguridades se tienen cómo para no sentirse lo suficientemente capaz de estar solo y continuar la vida? ¿nos conocemos tan poco, que tenemos miedo a estar solos con nosotros mismos? Es lógico que nada ni nadie nos pertenece, solo somos pasajeros en el viaje de la vida y por tanto, cuando la muerte aparece se debe ser consciente que es una parte del proceso de vivir en el que están inmersos todos los seres humanos.

    ResponderEliminar
  6. a) En el primer texto se pone en evidencia el apego emocional que tiene una persona y lo que cuesta desconectarse de la otra persona, pese a perderla. Por eso, para el autor es necesario hacer una descripción de todo su proceso, del cómo llegó a ese viaje y porqué dentro de su desesperanza y desilusión, no pierde las esperanzas de reunirse con ese, el amor de toda su vida y a la que le prometió un día, que harían ese viaje.
    Poco a poco, las personas que hacen parte del viaje inician la búsqueda de esa mujer perdida, esa que le hacia falta a Hernández, pero la que sabía, no estaba, pero que no perdía las esperanzas de volver a ver. En ese orden, la preocupación de todos los llevo a especular…
    - Podríamos llamar a las estaciones anteriores, pero primero hay que saber si bajó del tren.
    El último coche, el último antes del furgón del correo, estaba desierto.
    -No lo entiendo- dijo Hernández. Temió que una lágrima resbalara por sus mejillas y el revisor no entendiera la dimensión de su pena. (Collazos, 1999, pág. 109)
    Todos, preocupados por esa acompañante, esa que parecía perdida, y dando la impresión que había decidido no volver, pero que en realidad no estaba y Hernández no se resignaba a superar su duelo, ese dolor incontrolable y que le afectaba más de lo que el quisiera.
    Las descripciones frente a la ciudad son amplias, se recae en los detalles, en las líneas y hasta en las curvas de ese vehículo, que me lleva a sentirme cómodo con la historia, porque cumple su espacio narrativo y nos convierte en pasajeros y ayudantes del Señor Hernández.

    b) El hombre hace referencia a otro tipo de abandono, ese que va más allá de resignarse a morir; ese abandono que olvida a un personaje en el final del pasillo (en otros casos, en el asilo, en una cama de hospital o una bóveda en un cementerio). Ese texto nos lleva a la reflexión diaria, sobre lo importante que son nuestros ancianos en la construcción social. A lo largo del texto, se hace una descripción de un hombre “el Tío Pepino”, quien pese a sus excesos, lo condujeron a una muerte lenta, oscura, pero que anhelaba compartir algo de su vida, algo de lo que era, pero que lo imposibilitaba de participar en el diario vivir.
    Esa resignación, la quiso contrarrestar un día, pero “la abuela” no lo dejó ni acercarse a la familia, siempre le pedía que se retirara, porque no era prudente que vieran al vampiro que se alimentaba de sangre de ternera, porque la de ternera, le estaba haciendo daño.
    Aquí, la ciudad toma distintos matices, el primero desde lo físico, real y vivido de una casa, que se reparte historias entre los sótanos, cuartos, desvanes y altillos (imposibles de visitar para quienes habitan este lugar). Otro constructor de escenarios en esta historia es la playa; porque nos cuenta esa conversación entre hermanos, pero que le revela al infante, una mirada distinta, que lleva al niño de esta historia, a investigar por su cuenta ese hombre que parece extraño, pero que conduce al protagonista, en pensar en cuidar a ese tío que un día le negaron conocer y olvidar.

    ResponderEliminar
  7. Dentro de los cuentos encontramos EL día de la partida de Enrique Serrano, El hombre de Germán espinosa y Soledad al final del coche cama de Oscar Collazos. Para lograr un acercamiento a estos cuatro cuentos parto de las dos caras de una moneda: la soledad y la muerte. La soledad no necesariamente es estar solo, sin nadie, la soledad se vive en nuestro interior así estemos rodeados de personas. La soledad, como en el caso de Soledad al final del coche cama que sin saberlo y realizando un “sueño”, el viaje, es simplemente una excusa para no estar solo. Hay personas que recurren a la literatura para, a través de una trama y un intertexto (Extraños en un tren de Patricia Highsmith) adentrarnos en nuestras soledades y ficciones. Un hombre que “sueña” que su esposa está con él a pesar de ser consciente de que ella ya está muerta. La sigue buscando, nos hace creer que la busca pero él sabe que ella ya no está y nunca no lo confiesa porque “pensarán que estoy loco. Nunca lo comprenderán” (pág. 115). La soledad está donde menos lo pensamos…al final de un coche cama, al final de un pasillo y en la muerte. La muerte como supuesta salida…nos morimos solos aunque las personas que nos aman quisieran estar con nosotros. La muerte es el culmen de la soledad así como en EL día de la partida en donde “todo se resiste a morir, todo quiere persistir” (pág. 248) Persistir en nuestra soledad finalmente, como persistía en su existencia El hombre ese viejo que se quedó para siempre en el altillo a pesar de las generaciones, a pesar de los cambios del mundo a pesar de la soledad.

    ResponderEliminar
  8. Asuntos de lujuria, deseo, necesidad, orgullo y soberbia, soledad y muerte atraviesan intrínsecamente la ciudad. Sobre todo, en momentos donde sus habitantes batallan guerras personales; como la del padre Diego o cualquier otro ser de la ciudad. Cada uno tiene "sus pecados" y los libera de la manera que mejor pueda. El espacio le provee la oportunidad para hacerlo; la urbe al ser tan diversa en cuanto a sitios, personajes, culturas y banalidades, ofrece un innumerable número de oportunidades para sacrificar o disfrutar a través del cuerpo y lo que este le solicita.
    El cuerpo de los sujetos para la Ciudad, viene siendo ese estuche donde deposita todo lo que de ella absorbe. Las lágrimas en un frondoso prado del cementerio, o las mieles de los rincones en algún motel, la frustración ante cualquier trabajo agobiante, la búsqueda del perdón bajo oraciones y sacrificios en las iglesias, las letras escritas o mentales con la cual se tratan de ahogar soledades o aquellos lugares para alimentarse con el vicio de tu agrado.
    Las calles, los parques, las casas y aquel sitio que transites, será el espacio adecuado para que suceda, aquello que te permite ser, aquello de lo que se reniega, pero al estar presente se atesora, aquello que puedes disfrutar solo o acompañado, aquello que te pasa y no lo sabe nadie más que tú y ese espacio; aquello que se llama VIVIR.

    ResponderEliminar
  9. En los transcursos de los viajes, cuando se está lejos de casa y las únicas compañías las hemos armado con retacitos de recuerdos, en las travesías por las ciudades cuya inmensidad llena de bullicios y de voces disociadas que solo ahondan aquel sentimiento de abandono, recuerdo de la fragilidad que nos constituye, es en lo que hace pensar Hernández en Soledad al final del cochecama, aquel anciano solitario que decidió revivir a su esposa para llevarla al viaje que siempre quiso y que él siempre postergó, ¡ay! Cuántas veces, en un acto implícitamente literario, no somos también Hernández, trayendo del más allá seres para un último abrazo, una última charla, un último viaje o un último café, aunque si los demás lo saben, nos tachen de locos…

    ResponderEliminar