domingo, 22 de mayo de 2016

Los dones de Borges

Un poema de Borges (incluido en El hacedor) es una verdadera clave para acercarnos a los temas centrales de su poesía. Me refiero a Poema de los dones (1960). Lo cito a continuación y al final agrego unas notas. 


Poema de los dones 
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía 
me dio a la vez los libros y la noche. 

De esta ciudad de libros hizo dueños
 a unos ojos sin luz, que sólo pueden 
leer en las bibliotecas de los sueños 
los insensatos párrafos que ceden 

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos, 
arduos como los arduos manuscritos 
que perecieron en Alejandría. 

De hambre y de sed (narra una historia griega) 
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega. 

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías 
brindan los muros, pero inútilmente. 

Lento en mi sombra, la penumbra hueca 
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca. 

Algo, que ciertamente no se nombra 
con la palabra azar, rige estas cosas; 
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra. 

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado 
los mismos pasos en los mismos días. 

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra? 
¿Qué importa la palabra que me nombra 
si es indiviso y uno el anatema? 

Groussac o Borges, miro este querido mundo 
que se deforma y que se apaga 
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido. 

No hay que ir muy lejos en la biografía de Borges para establecer a qué se refiere Borges en la primeras líneas. Hacia 1960, Borges había quedado completamente ciego. El poeta, sin duda, alude a esa ironía: ¿qué significa para un “lector” estar privado de la vista? Esta es la ironía, tener un mundo de libros a la mano y estar privado de la vista. Pero los dioses de Borges no lo abandonaron del toda, pues el poeta, cegado y privado de la lectura distinta, ahora citaba de memoria, de memoria, los versos de sus poemas favoritos y no solo citaba poemas sino fragmentos completos de las obras que había leído con pasión, muchos años atrás.



Sabemos igualmente que en esas últimas tres décadas Borges contó con el favor de sus “lectores” (entre ellos María Kodama y Alberto Manguel), que no solo leían sino que seguían las pistas del maestro para seguir husmeando en los textos… en esas décadas de oscuridad, Borges escribir alrededor de 10 libros, cientos de ensayos y prólogos. Le dio la noche es cierto, al quedar privado de la visión, y sin embargo lo privilegió con con esa facultad superior, la de leer en la “biblioteca de los sueños”. 

La referencias a los manuscritos de Alejandría evoca el incendio de la biblioteca fundada por Ptolomeo Psoter en el siglo XXX a. C, que privó a la humanidad de parte del saber de la antigüedad y que albergaba más de 900.000 papiros y que fue incendiada por las tropas romanas en el año 48 a. C. 



El poeta que deambula ciego por los pasillos de una biblioteca (Borges fue director de la Biblioteca de Buenos Aires), por un mundo lleno de libros que no puede leer. De allí la importancia de esa otra referencia al rey griego (Midas), al que Dionisio le otorgo el don (la maldición) de convertir en oro todo lo que tocaba, pero se moría de hambre por la misma razón. 



La quinta estrofa enumera nueve términos que lo nombran todo, que lo incluyen todo… cada una a su moda es una resumen de esa totalidad que Borges ha querido atrapar en sus historias (enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías, símbolos, cosmos y cosmogonías) no son nueves elementos, sino, cada uno, nombres o formas del Universo y de la totalidad. 

Muchos imaginan el Paraíso como un jardín de fuentes y frutos perennes; para Borges -para los lectores- el Paraíso es una biblioteca. Pero el Paraíso está siempre más allá de nuestras posibilidades, por eso el poeta recorre con su “báculo indeciso”. 



¿Quién es ese otro al que alude Borges y que al igual que él recibió los libros y la ceguera? En sus libros Borges rindió homenaje a dos poetas ciegos, que vivieron no obstante entre libros: el primero el poeta inglés John Milton; el segundo, el poeta argentino Leopoldo Lugones. Pero al final del poema, Borges hace explícita la referencia a Paul Groussac, crítico y literato francés que hiciera carrera en Buenos Aires y que fuera igualmente director de la Bibliote y quien quedara ciego en sus últimos años. 

La referencia a Groussac le permite a Borges ratificar ese “horror sagrado”, la idea de no ser único, su tesis del otro y de que antes que nosotros alguien ha pensado, declarado, hecho las mismas cosas. Somos un yo plural y en literatura o en poesía, como dice su famosa cita de Bacon: “… that all novelty is but oblivium” (toda novedad es apenas una forma del olvido).

Una aclaración o tesis sobre la frase “es indiviso y uno el anatema”. Anatema, volviendo a la tradición griega y bíblica se refiere a lo que está apartado, a lo oscuro en el hombre, o a lo que está oculto. Somos en suma uno y muchos al mismo tiempo, plurales e indivisos. Lanzar un anatema es lanzar una sentencia de condena, una orden de excomunión o de sanción. Nuestro nombre es el anatema, lo que nos distingue, nos separa de los otros; pero, como afirma Borges… en últimas qué importa el nombre, si somos al fin y al cabo una sola sombra, ceniza vaga o, mejor, puro sueño, puro olvido, como dice el poema. 

Borges escribió otro poema de los dones, nueve años más tarde (?) en el libro El otro, el mismo. Porque estoy seguro que son más los dones y había tantos que era necesario mencionarlos. Cito el poema y solo les propongo en sus comentarios que elijan cuáles de las referencias de Borges de este segundo poema les llaman la atención en particular. 

Otro poema de los dones 

Gracias quiero dar al divino
Laberinto de los efectos y de las causas
Por la diversidad de las criaturas
Que forman este singular universo,
Por la razón, que no cesará de soñar
un plano del laberinto,
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises,
Por el amor, que nos deja ver a los otros
Como los ve la divinidad,
Por el firme diamante y el agua suelta,
Por el álgebra, palacio de precisos cristales,
Por las místicas monedas de Ángel Silesio,
Por Schopenhauer,
Que acaso descifró el universo,
Por el fulgor del fuego
Que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo, 
Por la caoba, el cedro y el sándalo,
Por el pan y la sal,
Por el misterio de la rosa
Que prodiga color y que no lo ve,
Por ciertas vísperas y días de 1955,
Por los duros troperos que en la llanura
Arrean los animales y el alba,
Por la mañana en Montevideo,
Por el arte de la amistad,
Por el último día de Sócrates,
Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron
De una cruz a otra cruz,
Por aquel sueño del Islam que abarco
Mil noches y una noche,
Por aquel otro sueño del infierno,
De la torre del fuego que purifica
Y de las esferas gloriosas,
Por Swedenborg,
Que conversaba con los ángeles en las calles de Londres, 
Por los ríos secretos e inmemoriales
Que convergen en mí,
Por el idioma que, hace siglos, hablé en Nortumbria,
Por la espada y el arpa de los sajones,
Por el mar, que es un desierto resplandeciente
Y una cifra de cosas que no sabemos
Y un epitafio de los vikings,
Por la música verbal de Inglaterra, 
Por la música verbal de Alemania,
Por el oro, que relumbra en los versos,
Por el épico invierno,
Por el nombre de un libro que no he leído:
Gesta Dei per Francos,
Por Verlaine, inocente como los pájaros,
Por el prisma de cristal y la pesa de bronce,
Por las rayas del tigre,
Por las altas torres de San Francisco y de la isla de Manhattan, 
Por la mañana en Texas,
Por aquel sevillano que redactó la Epístola Moral
Y cuyo nombre, como él hubiera preferido, ignoramos,
Por Séneca y Lucano, de Córdoba,
Que antes del español escribieron
Toda la literatura española,
Por el geométrico y bizarro ajedrez,
Por la tortuga de Zenón y el mapa de Royce,
Por el olor medicinal de los eucaliptos,
Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría,
Por el olvido, que anula o modifica el pasado,
Por la costumbre,
Que nos repite y nos confirma como un espejo,
Por la mañana, que nos depara la ilusión de un principio,
Por la noche, su tiniebla y su astronomía.
Por el valor y la felicidad de los otros,
Por la patria, sentida en los jazmines
O en una vieja espada,
Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema, 
Por el hecho de que el poema es inagotable
Y se confunde con la suma de las criaturas
Y no llegará jamás al último verso
Y varía según los hombres,
Por Frances Haslam, que pidió perdón a sus hijos
Por morir tan despacio,
Por los minutos que preceden al sueño,
Por el sueño y la muerte,
Esos dos tesoros ocultos,
Por los íntimos dones que no enumero,
Por la música, misteriosa forma del tiempo.