Nada tiene sentido.
La calidad de la literatura no depende ni del género, ni del tema, ni del tipo de receptores; la originalidad y calidad de una obra de arte estriba en un tipo de verdad y de entrega, que se percibe por igual en las obras clásicas, en la novela adulta o en los relatos juveniles. De este tipo de verdad o revelación nos habla Janne Teller en su epílogo a Nada:
Mientras escribía Nada pasé a tener de nuevo catorce años. Pero después me di cuenta de que eso no hacía al libro necesariamente más ingenuo, como había sido mi temor. Sólo tuve que liberarme de todo el equipaje que llevamos como adultos: todas nuestras ideas preconcebidas sobre cómo se supone que tienen que ser las cosas, las decisiones con las que respondemos a (o ponemos a un lado) todas las preguntas sin respuesta de la vida. La gente joven todavía está abierta a las grandes preguntas. Tienen que buscar un sentido a sus vidas como base de las decisiones que van a tomar cuando opten por un camino u otro en la vida. El volver a tener mentalmente catorce años me ha permitido observar los inmensos interrogantes de nuestra existencia con ojos tan abiertos como los de los jóvenes.
Confiesa Teller, al respecto de Nada y su relación con Pierre Anthon, la novela surge como la historia “que hubiese querido leer a los catorce años”. El mundo de los jóvenes -señala Teller- no está libre acciones violentas, de críticas virulentas, de hazañas que ponen en peligro sus vidas o que desafían la moral, las costumbres, los principios, y una postura radical frente a lo inaceptable.
Nada, la novela de Teller, fue primero rechazada por lo editores que la encontraban peligrosa y perversa; fue luego prohibida en muchas escuelas alemanas, danesas y noruegas; y en la mayoría de los casos vetada por los padres de familia, cuando los maestros decidieron incluirla en los planes de lectura. Nada, dice su autora, es una novela dura, oscura, que en el fondo esconde una luz de esperanza, que algunos lectores perciben.
El relato de Teller gira en torno a un juego, a una broma, a una apuesta. Se trata de demostrar a uno de los compañeros que la vida sí tiene sentido. De allí que cada elemento que se agrega a la “montaña de sentido” envuelve una carga simbólica sobre la cual podemos discurrir ampliamente. Desde luego, afloran varias preguntas: ¿qué significan estos objetos? ¿De qué no desprenderse en el caso nuestro? Lo contrario, ¿de qué desprenderse? ¿De qué se desprenderían nuestros jóvenes? Repito: Nada tiene sentido.

