domingo, 5 de mayo de 2013

La postura selectiva del lector



Veamos en primer lugar un poema de Pablo Neruda, Caballo de los sueños, incluido en Residencia en la tierra (1934): 
Innecesario, viéndome en los espejos
con un gusto a semanas, a biógrafos, a papeles,
arranco de mi corazón al capitán del infierno,
establezco cláusulas indefinidamente tristes.

Vago de un punto a otro, absorbo ilusiones,
converso con los sastres en sus nidos:
ellos, a menudo, con voz fatal y fría
cantan y hacen huir los maleficios.

Hay un país extenso en el cielo
con las supersticiosas alfombras del arco iris
y con vegetaciones vesperales:
hacia allí me dirijo, no sin cierta fatiga,
pisando una tierra removida de sepulcros un tanto frescos,
yo sueño entre esas plantas de legumbre confusa.

Paso entre documentos disfrutados, entre orígenes,
vestido como un ser original y abatido:
amo la miel gastada del respeto,
el dulce catecismo entre cuyas hojas
duermen violetas envejecidas, desvanecidas,
y las escobas, conmovedoras de auxilios,
en su apariencia hay, sin duda, pesadumbre y certeza.
Yo destruyo la rosa que silba y la ansiedad raptora:
yo rompo extremos queridos: y aún más,
aguardo el tiempo uniforme, sin medidas:
un sabor que tengo en el alma me deprime.

Qué día ha sobrevenido! Qué espesa luz de leche,
compacta, digital, me favorece!
He oído relinchar su rojo caballo
desnudo, sin herraduras y radiante.
Atravieso con él sobre las iglesias,
galopo los cuarteles desiertos de soldados
y un ejército impuro me persigue.
Sus ojos de eucaliptos roban sombra,
su cuerpo de campana galopa y golpea.

Yo necesito un relámpago de fulgor persistente,
un deudo festival que asuma mis herencias.





Podría comenzar probablemente con una explicación biográfica. Quizá la lectura  de este poema me demande reconstruir la década del poeta, ese período que va de 1925 a 1935 y que implica entre otras una larga transformación estética en el poeta que escribió Veinte poemas y un canción desesperada al poeta, más maduro, más intenso. Eran años de vastas empresas poéticas de vanguardia, de revoluciones de la palabra, en donde el poema incorporaba imágenes surrealistas y el verso daba cuenta de una vivencia más acorde con tiempos de devastación física y angustia existencial. 




Como afirma Louise Rosenblatt, existen solamente millones de posibles lectores individuales de piezas literarias individuales (Teoría Transaccional de la lectura y la escritura). El poema plantea un duro interrogante y parece escapar a toda posibilidad referencial. ¿Qué me dice? ¿De dónde puedo partir como lector? ¿A qué alude ese caballo de los sueños del que habla Neruda? Tal vez el poema entregue algunas pistas y en algún lugar de la biblioteca puede haber una clave que oriente mi lectura. Mientras esas claves aparecen, debo declarar que existen, tantos caballos de sueños como lectores. El poema de Neruda actúa de esa manera.




Vuelvo a Rosenblatt: “Lejos de poseer ya un significado que puede ser impuesto a todos los lectores, el texto es simplemente marcas sobre papel, un objeto en el ambiente, hasta que algún lector efectúa una transacción con éste.” Queda claro que  el “significado” no existe “de antemano” “en” el texto o “en” el lector, sino que se despierta o adquiere entidad durante la transacción entre el lector y el texto.




Rosenblatt propone dos tipos de lectura: una lectura eferente en la cual el lector se centra predominantemente en lo que se extrae y retiene luego del acto de la lectura.  El lector eferente toma elementos del poema para realizar algunas acciones, por ejemplo, una lectura eferente de Caballo de los sueños, probablemente conlleve la posibilidad de establecer una relación entre cada una de las líneas del poema y la vida del poeta, su condición de escritor reconocido, habitante del mundo, obligado a seguir las rutinas que obliga una vida de artista y de intelectual que se hace cada vez más consciente de los alcances de sus palabras, más allá de una simple y llana posibilidad sentimental con la obra. 



Por otro lado, existe, afirma Rosenblatt, una postura predominantemente estética, en donde el lector centra su atención en las vivencias en su propia experiencia lectora, durante el acto de lctura da cuenta de la otra mitad del continuo. En este tipo de lectura, el lector se dispone con presteza a centrar la atención en las vivencias que afloran durante el acto de lectura. 




Rosenblatt no habla de una polarización sino de un continuo, entre eferente y estético, un fluir de experiencias en donde nuestro papel como lectores va de los cognitivo a lo emocional, del saber anecdótico a la vivencia sensual de la obra, de una postura científica a una postura netamente artística, sin que estos polos señalen oposiciones. Son dos posturas, dos posibilidades, un fluir que va uno a otro énfasis de manera continua. 




¿Qué pedir a un alumno en una clase de literatura? ¿Qué se salga del texto? ¿Qué elabore esquemas? ¿Qué reconstruya el sentido ausente? ¿Qué encuentre la forma de arrancar a su propio capitán del infierno? ¿Qué viva su propia leche, compacta, digital? ¿Qué cabalgue su propio caballo de los sueños?


Bibliografía
Louise Rosenblatt. El modelo transaccional. La teoría transaccional de la lectura y la escritura. Universidad de Nueva York
Pablo Neruda. Residencia en la tierra (1934).