Para mis estudiantes y amigos, para todos los que quiero y aprecio.
En su brevísimo Continuidad de los parques Cortázar dice que el personaje, en este caso el lector, solo después de dejar atrás la rutina de la vida cotidiana y de atender las contingencias de su hacienda volvió a lectura de una novela que había abandonado días atrás. Dice, exactamente:
... en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer...
Quiero destacar este espacio, El Sillón de Terciopelo, como un homenaje a la lectura, a las más deparadoras, las que logramos hacer cuando hemos escapado del ritmo desesperante de los compromisos y, entonces, en el marco de nuestra intimidad, nos entregamos a ese placer de dejarnos llevar por el texto.
Dice Barthes, que hay dos tipos de lectura: una de placer y otra de goce. Ambas nos tientan, las primeras porque en ellas nos sentimos cómodos recorriendo paisajes conocidos o añorados; las segundas porque precisamente nos desplazan hacia lo desconocido, nos incomodan, quebrantan nuestro equilibrio, desmoronan nuestra solidez.
El lector de Cortázar también se encuentra en medio de estos dos fuegos, el placer de una lectura irresponsable mediante la cual escapa de la realidad y en la cual es posible afirmar:
Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento...
Pero es entonces cuando la lectura se vuelve un riesgo, una aventura, porque incluso en medio de esta intimidad la solidez y la indiferencia del lector pueden ser atrapados por un juego fatal: ser él no solo el testigo, sino el protagonista de la historia, un protagonista muy especial: la víctima misma del relato.
Las grandes piezas de la lectura tienen esta magia ambigua: ser por un lado textos de placer y textos de goce. Michel Petite opone las lecturas del espacio íntimo a las lectura de la plaza: las primeras hacen parte de nuestra vida más personal, acompañan nuestras experiencias sensoriales más finas y delicadas, hacen parte de un tiempo cada más escaso en la medida en que la vida nos absorbe; las otras son un concierto de textos instituicionalizados, y de cuyos frutos tenemos que dar cuenta al mundo.
En este blog, que he dado en llamar El sillón de terciopelo verde en homenaje al Cortázar no solo de la Continuidad de los parques, sino en particular al mágico creador de El Otro Cielo y de La Isla del Mediodía, me referiré a esos momentos de súbita felicidad que regularmente llamamos literatura.
