Una de las características centrales de los relatos de fin de siglo y de las narrativas actuales en el marco de las grandes urbes es la soledad. Se trata de las historias de hombres cada vez más solitarios, que emprenden viajes ilusorios con personajes amados que han desaparecido de sus vidas.
En Soledad al final del coche cama, el relato de Óscar Collazos, la soledad es la del hombre que ha perdido a su esposa, y que ahora se desplaza en la noche por la vasta llanura del tren nocturno de Madrid a Barcelona. Es al mismo tiempo la soledad del hombre que vive simultáneamente su propia elucubración y las vicisitudes de la ficción literaria (Hernández lee novelas de Patricia Highsmith).
La otra forma de la soledad es la vejez. De estos hombres solitarios no podemos saber nada, salvo que han pasado por duras pruebas. Mas el detalle más valioso es el de la solidaridad, esa gota de generosidad que aflora entre hombres desconocidos, el sutil gesto de complicidad y silencio, necesario cuando el protagonista vuelve a la realidad.
En El hombre, de Germán Espinosa, hay otra forma de soledad. Espinosa, así como en muchos de sus textos, pintó grandes cuadros históricos y en otros se dedicó a las ficciones policiacas inspiradas en la poesía provenzal, en este relato vuelve sobre otra de sus aficiones: la historia de Drácula. En uno de sus libros, Romanza para murciélagos, explora variantes románticas y de suspenso sobre amantes trágicos y sombras vampirescos.
El hombre, ¿quién es el hombre? ¿Quién es ese insólito habitante que se sigue alimentando de forma tan extraña pero que habita en un inquilinato, por barrios conocidos y populares? ¿Qué pasa en este mundo de acá en donde ya no hay castillos, ni fortalezas, ni la posibilidad de refugiarse en féretros escondidos en un subterráneo?
Las narrativas de fin de siglo exponen una ciudad que ha forzado sus límites, las historias se vuelven cosmopolitas, se fragmentan. La ventana que otean los personajes de Londoño, en Nevermore alone, dan hacia una ciudad que puede ser Bogotá, que puede ser Nueva York: ¡en ambos mundos impera el flexiplas!