viernes, 3 de junio de 2016

Y con la arena se nos va la vida


El reloj de arena, incluido en El Hacedor, nos revela algunos de los temas centrales de la poesía de Jorge Luis Borges. Veamos primero, como siempre, el poema y luego hablaré de algunos de sus temas y símbolos. 




El reloj de arena
Está bien que se mida con la dura 
sombra que una columna en el estío 
arroja o con el agua de aquel río
en que Heráclito vio nuestra locura. 

El tiempo, ya que al tiempo y al destino 
se parecen los dos: la imponderable 
sombra diurna y el curso irrevocable 
del agua que prosigue su camino. 

Está bien, pero el tiempo en los desiertos 
otra sustancia halló, suave y pesada,
que parece haber sido imaginada
para medir el tiempo de los muertos. 



Surge así el alegórico instrumento 
de los grabados de los diccionarios, 
la pieza que los grises anticuarios
relegarán al mundo ceniciento 

del alfil desparejo, de la espada 
inerme, del borroso telescopio, 
del sándalo mordido por el opio, 
del polvo, del azar y de la nada. 

¿Quién no se ha demorado ante el severo
 y tétrico instrumento que acompaña
en la diestra del dios a la guadaña
y cuyas líneas repitió Durero? 

Por el ápice abierto el cono inverso 
deja caer la cautelosa arena,
oro gradual que se desprende y llena 
el cóncavo cristal de su universo. 

Hay un agrado en observar la arcana 
arena que resbala y que declina
y, a punto de caer, se arremolina
con una prisa que es del todo humana. 

La arena de los ciclos es la misma 
e infinita es la historia de la arena; 
así, bajo tus dichas o tu pena,
la invulnerable eternidad se abisma. 

No se detiene nunca la caída.
Yo me desangro, no el cristal. El rito 
de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida. 

En los minutos de la arena creo
sentir el tiempo cósmico: la historia 
que encierra en sus espejos la memoria 
o que ha disuelto el mágico Leteo. 

El pilar de humo y el pilar de fuego, 
Cartago y Roma y su apretada guerra, 
Simón Mago, los siete pies de tierra 
que el rey sajón ofrece al rey noruego, 

todo lo arrastra y pierde este incansable 
hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
de tiempo, que es materia deleznable. 




Desde el mismo título entramos en un universo particular. No sé hasta qué punto hemos tenido en nuestra manos un reloj de arena, ese objeto que parece venir de otras épocas, de otros lugares del mundo, de otras culturas, tan distinto de nuestros prosaicos relojes de agujas o de números. Lo que sí es cierto es que lo hemos visto en cuadros y grabados y asociado siempre -simbólicamente- al tiempo, a la brevedad de la vida. 



Pienso en ese famoso reloj que aparece en el cuadro de Chardin dedicado al lector clásico. En primer plano sobre el escritorio, junto al libro y al cálamo, nos recuerda que no tenemos todo el tiempo, que no leeremos todos los libros, que el tiempo para vivir y para leer es siempre precario. O el reloj de arena que aparece en el grabado de la Templanza, pintado por Ambrogio Lorenzetti en el siglo XIV, que parece señalarle al gobernante que el tiempo en el poder es limitado; pienso en los relojes de arena, en las manos de la muerte, que le recuerdan a los caballeros o a los amantes medievales el final de sus andanzas. 





La “dura sombra” ¿puede una sombra ser “dura”? Sí, si la dura sombra -de los relojes de Sol- se refiere al paso inevitable del tiempo. En la antigüedad los relojes de sol -paredes, columnas, obeliscos- se usaban para medir el paso del tiempo y de las estaciones (por eso la alusión al estío, el sol de verano). “Nuestra locura” y el río de Heráclito. ¿Cuál es nuestra locura sino la de creer en la inmortalidad o creer, ingenuamente que tenemos todo el tiempo? La alusión a la cita favorita de Heráclito: 

ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν  τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε

Literalmente: “Al mismo río entramos y no entramos; pues somos y no somos” (que ha sido traducida como “nadie se baña dos veces en el mismo río"). La locura es creer que somos o seremos siempre los mismos. 

No se trata solo de referirse a tres formas de medir el tiempo sino de traer al verso una imagen del tiempo y del destino humano, a través de  “la imponderable sombra” y “el curso irrevocable del agua”, como dos símbolos de lo inevitable, de lo que no cambia en medio del cambio. 



Borges suma a la sombra (de los relojes de sol), al agua (de las clepsidras, esos relojes que usaban gotas de agua para medir el paso de las horas), la arena. Captura acertadamente esa imagen que tenemos sobre el tiempo de los muertos, y que remite a las civilizaciones que duermen en medio de las dunas. 


A falta de una Borges enumero cinco piezas alegórica, todas en común hacen parte del mundo de los anticuarios y todas remiten a la banalidad de los esfuerzos humanos: el alfil desparejo, que vuelve sobre el juego y el azar; la espada inerme: el fracaso; el borroso telescopio: el deterioro…; y el sándalo mordido por el opio: las riquezas perdidas, la ruina. 



En varios de sus grabados  (Melancolía, San Jerónimo, la Muerte y el Caballero) Durero representó junto a la guadaña, a la espada, a los libros y demás arcanos múltiples relojes de arena. El reloj de su arena que se degrada es al tiempo una metáfora del universo, de los esfuerzos humanos, del carácter cíclico del tiempo. La arena y el Leteo tienen el mismo poder, garantizar el olvido -el Leteo, ese río infernal que cruzaban las almas antes de descender al Hades.  


La penúltima estrofa resume la historia humana, la idea de que todo, incluso los más grandes imperios - Cartago y Roma,  van a ser pasto del olvido. Nada queda de las grandes gestas -el rey Noruego solo consiguió siete pies de tierra: es decir, una tumba; y Simón el Mago convirtió el cristianismo en un mercado de ilusiones y su prédica en una herejía. 


Lejos de referirse simplemente a este tétrico instrumento, el poema de Borges recuerda la condición humana sujeta al paso del tiempo, la de la vida humana sometida al remolino inexorable de la existencia. Borges encuentra un epíteto para el ser humano: 

                                    … yo, fortuita cosa 


      de tiempo, que es materia deleznable.